Jeliel

Hola a todos:
Hace u rato largo qeu no venía por acá, y es que se jutnó todo, vacaciones, terremoto, ebook de San Valentín...
En fin, este cuento lo hice para ese especial día, y es nada más y nada menos que el "cruce de caminos" de dos historias: "El mejor polvo de la historia" donde Coto y Fran se reencuentran, y "Técnica Mixta" donde Rodrigo y Jóse Manuel nos cuentan sus desencuentros amorosos.
Es un cuento divertido y espero, para nada cursi.
D

¡¡JELIEL!!

¡¡Jeliel!!

Se supone que no existen. Se dice que son ilusiones ópticas o el producto de enfermedades mentales.
Creer en ellos es cosa de niños, locos o enfermos.
Y ellos como si nada siguen dándole a la cosa, muertos de la risa y muertos de verdad.
Para Jazz, Ari y el montón de gente que aún cree en fantasmas y Ángeles.

Feliz Día de San Valentín

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Sé que fue en octubre y de que fue en la noche de muertos, de eso estoy seguro porque fue cuando le dieron permiso de verme y arreglarlo todo.
Fue en octubre cuando nos dieron tres meses y medio para estar juntos, reconocernos y así enmendar todas las cosas que habíamos enredado.
“Reencontrarnos” fue la palabra que usó el tipo de alas que nos recibió en ese pequeño paraíso al que entramos no bien dejamos el “motel parejero” donde nos reunimos después de estar, yo en pena y él penando.
No voy a entrar en detalles deliciosos sobre lo que hicimos esas catorce semanitas. Baste decir que fue la luna de miel más larga y ardiente de la historia.
Coto se encargó de borrar a punta de polvos los diez años de abstinencia que habíamos tenido. Él, por tristeza y yo porque estaba muerto.
Cuando creíamos que amarnos era lo que haríamos por la eternidad y empezábamos a explorar nuevas opciones de acoplar nuestros cuerpos, volvió el tipo de las alas y nos invitó a una reunión especial.
Mi novio creyó que era algo relacionado con sus habilidades y experticia en el ámbito laboral. A mi me tincó de inmediato que la cosa iba por otro lado y así no más fue.
Nos reunimos la noche del siete de febrero con un montón de Ángeles de mirada amorosa, cara de afeminados y alas bien emplumadas que nos nombraron “Servidores del Amor Romántico Universal”. Cuando a Coto se le acabaron las carcajadas, nos explicaron lo que teníamos que hacer y fue a mí al que le dio ataque de risa.
Y aquí estamos, colaborando con el “Ángel del Amor”.
Somos ayudantes de Joel, o mejor dicho, sus esclavos, suches, gomas, o como quieran llamarnos. Al final tenemos que hacer todo lo que él nos dice para que las parejas se reencuentren y florezca el amor en sus corazones.
Para más remate, como su influencia amorosa es enorme, andamos con ganas de “amarnos” a cada rato. Coto parece conejo en celo y yo… bueno, yo también.
Nuestra primera asignación es una pareja como nosotros, o sea, dos él en lugar del clásico él y ella. José Manuel y Rodrigo, dos tipos buena onda pero bien diferentes que no paran de pelear por cualquier babosada.
Se aman, eso se les nota de lejos; pero hay tantos “peros” a su alrededor que están como las tristes y su relación tambalea más que el Titanic después de aparearse con el iceberg.
Coto encuentra que José Manuel tiene razón y que Rodrigo es el que anda equivocado jodiendo las cosas; y se ha puesto del lado del ingeniero cual abogado defensor, claro que en su particular estilo: terco y mandón.
Tanta ha sido la identificación de mi amorcito con José Manuel, y tantas las cosas malas que le encuentra a Rodrigo que al Ángel le entró la rabia y en un acto de ecuánime amor, decretó que ahora Coto tiene que defender al rubio historiador y no al ingeniero intolerante. Y como yo encuentro que José Manuel es un “poquitito mucho”, exigente; me lo endosaron sin posibilidad de alegato.
De más estar decir que Coto se las agarró conmigo y ahora que es víspera del día del amor, no nos hablamos.
El Ángel del Amor, que de seguro se ganó el título en una rifa, nos dejó solos arguyendo que tenía mucho trabajo y que era hora de que nosotros nos las arregláramos solitos; y aquí estamos, a las once de la noche del trece de febrero, enojados, apestados, amurrados y mirándonos feo.
Abajo la cosa anda peor. Rodrigo tuvo una mega discusión con José Manuel por culpa del hermano mayor del ingeniero y ahora está echando sus cosas en una maleta mientras se le caen las lágrimas y los mocos.
José Manuel salió del departamento tan iracundo que del portazo que dio, quebró el vidrio de un cuadro y mató de infarto al perrito de la vecina.
Y por eso, el Ángel de las mascotas las agarró con nosotros y nos amenazó con acusarnos al jefe máximo de todos los Ángeles, que es un tipo llamado Arcángel y que dicen que es más malas pulgas que Coto.
Mi novio, el amor de mi vida, mi adorado Coto, no me habla y cada cinco minutos me lanza miradas llameantes que me achurrascan los calzoncillos y me apercancan el hipocondrio.

—Mire, señor Ángel del Amor, Fran me tiene empelotadísimo. ¿Cómo es posible que esté de parte del imberbe de Rodrigo? Ese pedazo de puta que se cruzó en el camino de José Manuel y le fregó la vida. El ingeniero es genial, es estudioso, aplicado, ordenado… es… es… ¡Cresta! creo que es igualito a mí. —Las mejillas de Coto se pusieron bien rojas y se mordió los labios en un puchero infantil.
El Ángel levantó la vista del periódico que leía y se le quedó mirando con una ceja bien arriba y la otra bien abajo. —¿Decías…? —No le dejó contestar—. Si mal no recuerdo te asigné a Rodrigo, no a José Manuel.
Coto lo miró con su peor cara y cuando iba a empezar a despotricar y alegar, el Ángel se levantó. —Tienes hasta las doce de la noche del catorce de febrero para que esos dos se abuenen… O si no… —le apuntó con el dedo índice poniéndolo bizco.
La paciencia de Coto, que no era mucha, se fue al tacho y con los brazos en jarra y cara de jefe narco se le enfrentó. —¿O si no qué…? ¿Acaso me está amenazando, su emplumada majestad? —le reviró con harto sarcasmo.
El Ángel de dos aleteadas estaba parado sobre su sombra, con gesto de terrorista suicida le gritó, haciendo que se achicara y por poco se meara encima.
—¡¡O si no…!! ¡¡O si no…!! ¡¡O SI NO MANDO A FRANCISCO AL LIMBO UNOS MIL AÑOS!!
Coto se quedó sin sangre ni valor, que lo castigaran a él, pasaba; pero Fran no tenía nada que ver en sus arranques de “choro de puerto” y no tenía porque pagarlas. Además ya habían estado mucho tiempo separados como para que los amenazaran con volver a perderse; eso no se le aguantaba ni a Dios, si es que existía.
Asintió humildemente y salió corriendo de la oficina del Ángel abusador. Llegó al lado de Fran y lo agarró a la desprevenida estampándole un beso con lengua y babas, tan profundo, que casi lo hizo eyacular.
—¿Qué…qué… qué te pasa?
—Losientoperdónameteamotejuroquenuncamásmeenojocontigoayudameauniraestepardehuevonesparaquejamástúyyonosseparemos —le soltó entre beso y beso, jadeando de susto y placer.
—¿De cuál estás tomando? —Fran le preguntó mientras le devolvía los besucones con toda la ternura que tenía.
—Na-nada. —Coto sonrió como tonto—. Es que no me gusta estar enojado contigo.
—Ya, y yo soy huevón. ¿Qué te pasó? —le reviró el ex-fantasmita con cara de “no te creo”.
Coto se mordió los labios y en un susurro le contó de su reunión con el Ángel del Amor. Fran le dio besitos húmedos y uno que otro agarrón de partes blandas para calmarlo y cuando estaban a punto de que las cosas se pusieran duras, sonó el carillón y les recordó que tenían una misión que cumplir.

Rodrigo había guardado sin ningún cuidado las pocas cosas que tenía en el departamento de José Manuel. A trompicones había metido sus pertenencias en la maleta y ahora que ya tenía sus bártulos listos para emprender el vuelo y no volver nunca más, como le había gritado al ingeniero cuando la pelea se les fue de las manos y se les escaparon palabras dañinas que habían prometido no decirse; no se atrevía a salir de la habitación.
Si llegaba a cruzar la puerta no habría vuelta atrás y no podía con eso, tampoco podía con el dolor de estómago que le estrujaba las costillas y que le aseguraba, como mínimo, una ida al hospital y de seguro un paseíto por el quirófano.
José Manuel estaba en un restaurante de comida rápida haciendo como que tomaba café y comía donas; cuando en realidad intentaba bajarse la rabia que la pelea con Rodrigo le había despertado. No creía que el historiador cumpliera su promesa de largarse de su vida para siempre, pero con el rubio nunca se sabía, era capaz de eso y mucho más, y siempre estaba la posibilidad de que esta vez si consumara su amenaza.

Coto se paró al lado de Rodrigo y le acarició la melena. Claro que el rubio no podía sentirlo pero le pareció que lo necesitaba y no se lo negó.
—No dejes que sus palabras rompan lo que tienen, José Manuel te ama… —le dijo con la certeza que no lo oía pero que sí lo sentía.

Fran se sentó frente a José Manuel y probó a empujar el café para que se le volteara en los pantalones y tuviera que volver al departamento; pero no le resultó. Ese era uno de los inconvenientes de ser brumoso.
—No la embarres, Rodrigo es buena persona. Yo sé que cuando era jovencito las cagó, pero eso no quiere decir que ahora no haya cambiado y te ame de verdad.
No hubo respuesta y José Manuel siguió revolviendo su café mecánicamente.

Coto se paró en el quicio de la puerta para impedir que Rodrigo se largara, pero como estaba hecho de niebla, el rubio pasó de largo sin siquiera notarlo.
—No… no, compadre. No te puedes ir. —Agarró la maleta pero sus manos pasaron en banda—. No jodas, si tú te vas, me van a quitar a mi Fran y eso ni muerto lo soporto.

Fran tiraba y tiraba del brazo de José Manuel para que volviera al departamento y frenara la estampida de Rodrigo, pero ni mella le hacía al ingeniero. —Párate, porfiado, que tu amor se va y no hay vuelta atrás —le gruñía en la oreja pero no lograba ni un parpadeo del trigueño—. Huevón, si Rodrigo se larga te vas a arrepentir para siempre, no dejes que una pelea tonta te lo quite. Mira que duele mucho no tener al “parejo” al lado, o encima o debajo… o donde sea, pero bien cerquita.

Como ninguno de los dos lograba nada, se juntaron a medio camino para rearmar la estrategia y mejorar la táctica; no fuera que Mario Benedetti tuviera razón.
—Este huevón no se mueve ni con yunta de bueyes —rezongó Fran con un jadeo.
—Y este otro pelotudo ya está que sale del departamento. —Coto sudaba y apretaba a Fran como si pudiera esconderlo del mundo.
—Tiene que haber una manera para que se junten —gimió pasándole la mano por los genitales a Coto y apretándoselos despacito.
—Fran, si sigues con esos agarrones no respondo y el Ángel es capaz de separarnos.
—Ya, ya… pero es que estás tan rico… —El ex–fantasma le plantó un beso tan ardiente que ambas erecciones se tocaron y las manos se les fueron solitas a masajearlas; pero el carillón volvió a retumbar anunciando que la una de la mañana del catorce de febrero entraba en funciones y se les acababa el tiempo.
—Mira, Francisco, después nos hacemos cariñitos… pero ahora hay que juntar a estos dos tórtolos y que se arreglen. —Coto le habló mirándolo fijamente a los ojos porque de lo contrario no respondería de sus movimientos.
—Bueno. ¿Entonces, como los juntamos?
Coto enarcó las cejas y se alejó un paso, luego otro y otro, le dio la espalda a Fran y se quedó en silencio un rato. El ex-fantasmita se le acercó despacio y cuando su novio se agachó para escribir algo en la tierra, se asomó por encima de su hombro.
—No los vamos a juntar, mira. —Hizo que Fran se arrodillara frente a él— Vamos a separarlos y a darles una pesadilla.
—¿Huh…? ¿De qué mierda estás hablando?
—Mi amor, confía en mí. —Puso dos piedritas separadas—. Estos dos se aman pero tienen muchas cosas en contra que los separan.
—Ya, ¿y eso lo descubriste solito o te ayudaron? —ironizó, pero de inmediato le lanzó un beso volador.
—Yo solito. Si tratamos de juntarlos a la fuerza, no vamos a lograr nada más que peleas. —Alejó más las piedras—. Pero si los separamos en sueños, en una pesadilla que parezca real y de la que no pueden despertar… —Enarcó una ceja y sonrió de lado.
—Van a creer que es verdad y cuando despierten se van a juntar… —Fran arrugó el entrecejo—. Se supone.
Coto suspiró. —Se supone, si no lo hacen bien, estamos fritos.
—Cagados y sin novedad. —Fran agarró las piedras y se acercó a Coto—. Ya, hagámoslo. Lo peor que puede pasar es que me manden al limbo una temporada.
El trigueño se puso muy serio. —No huevees con eso.

Rodrigo llegó a su departamento a las dos de la mañana, estaba llorando a mares y parecía un perro apaleado.
José Manuel llegó a su departamento a las dos y media de la mañana y casi se muere al comprobar que Rodrigo se había llevado todas sus cosas, solamente había dejado su juego de llaves encima de la pecera y nada más, ni una mísera nota de despedida.
Rodrigo se tiró a su cama y se quedó dormido llorando, José Manuel se tiró al sillón y se quedó dormido aguantándose las ganas de ir por su rubio amante.

Asomados a sus sueños había dos chicos brumosos, con buenas intenciones pero un mal plan a ejecutar.
Coto se metió al sueño de Rodrigo y con la misma suavidad de un huracán, le plantó una pesadilla capaz de aterrar al más valiente de los valientes.
Fran, algo más considerado, fue envolviendo al ingeniero en un sueño entretenido que de a poco se volvió película de terror.

Rodrigo se vio de pronto en un gran museo, donde le informaban que tenía veinte minutos para encontrar a José Manuel antes de que lo convirtieran en una momia. Lo malo era que el museo además de ser gigantesco, era laberíntico y estaba lleno de puertas, escaleras, pasillos, ascensores y salas que se transformaban en otra cosa no bien él entraba.
El pobre historiador se pasó los siguientes minutos corriendo desesperado, llamando a José Manuel a gritos, topándose con personas que alguna vez conoció pero sin llegar a encontrar a su intolerante novio.

José Manuel soñó que estaba en un parque muy hermoso donde había quedado de reunirse con Rodrigo. Hasta ahí todo iba bien, pero lo malo era que de todos los rubios de melena que había y que se parecían a su novio, ninguno resultaba ser él. Poco a poco el ambiente fue variando de parque soleado y bello a peladero tétrico y encapotado con tendencia a la tormenta.
El viento, la lluvia, la oscuridad y toda la parafernalia que Fran le agregó al sueño para convertirlo en pesadilla, no hicieron mella en el ingeniero, que se concentró en llamar a Rodrigo a grito pelado.

Llevaban en eso de las pesadillas como media hora cuando de una oreja alguien los jaló sin consideraciones. Resultó ser el Ángel de los Sueños que tenía las cejas en posición de asesinato y las uñas enterradas en sus lóbulos auditivos.
—¡¡¿QUIÉN LES DIO PERMISO PARA HACER PESADILLAS?!!
Luego de explicarle todo lo que sucedía, dos veces, porque parecía que el Ángel era medio tieso de mollera, los dejó seguir con los sueños pero se quedó a su lado para vigilarlos y que no mataran de la angustia a los pobres durmientes.

Rodrigo corría y corría por el museo llamando a José Manuel, y para su desdicha tuvo a bien encontrarlo en una cámara mortuoria, donde no lo estaban momificando, más bien lo estaban penetrando.
La imagen era bizarra, José Manuel era el principal actor en un video porno de una sesión de fisting. Practica que Rodrigo había experimentado a sus veinte años y que casi le había costado la vida, por no decir que cuando el ingeniero se enteró, terminó su relación, y se largó jurando y perjurando que jamás volvería a hablar siquiera con él.
Rodrigo experimentó en toda su dimensión el dolor que su novio había sentido y abrumado se despertó en un mar de culposas y saladas lágrimas.

José Manuel dejó de llamar a Rodrigo cuando frente a él apareció el rubio. Estaba ordenando un montón de libros muy viejos y llenos de polvo en total concentración. Por más que el ingeniero le contó una y otra vez de su relación, el historiador no lo recordó. Le contestó que era imposible que ellos hubieran tenido esa clase de relación, porque él, físicamente no podía intimar con nadie y porque se había jurado que no dejaría que lo volvieran a dañar por amor.
Cuando José Manuel se le acercó para recordarle con un beso cuanto se amaban, el rubio se alejó y desapareció. En su lugar quedó un pergamino muy viejo donde Rodrigo había escrito su testamento.
Ahí el Ángel de los Sueños le dio un sopla-mocos a Fran alegando que se le había pasado la mano con la truculencia, que eso era un sueño y no una telenovela mexicana y que la cortara. Que fuera al grano sin tanta alharaca o él iba a terminar el sueño a su modo.
Fran se lo pensó un rato y cambió lo que decía el pergamino, en lugar del testamento puso un sencillo: “Te amo, búscame para decirte feliz San Valentín”; pero eso tampoco le gustó al Ángel y le borró la escena.
En su lugar, José Manuel apareció frente al edificio donde vivía Rodrigo y lo vio salir de la mano de otro tipo.
El ingeniero despertó con un sollozo voceando al historiador. Tan angustiado estaba que se levantó y lo llamó por teléfono.

El primer timbrazo del celular no lo contestó porque no sabía donde estaba. Un segundo y tercer toque fueron necesarios para que lo encontrara y cuando José Manuel estaba que tiraba el móvil por la ventana, la voz llorosa de Rodrigo salió a su encuentro.
—¿A-aló? —contestó el rubio limpiándose la cara con el borde de la polera. Al mismo tiempo Coto le estrujaba la mano a Fran mientras sus protegidos hacían las pases.
—Rodrigo, la embarré, lo siento —contestó en un jadeo José Manuel y Fran se mordió los nudillos aguantándose el nerviosismo, y es que de esos dos dependía su futuro.
—Ah, hola, José Manuel… No te preocupes. —Rodrigo cerró los ojos y usó su voz menos patética. Ahí Coto apretó en un abrazo enamorado a Fran y el Ángel de los Sueños los separó sin protocolo.
—¿Me amas? —El ingeniero estaba que gritaba de la angustia.
Fran miró feo al Ángel de los Sueños y se dio cuenta que había tres Ángeles más observándolos. El del Amor Universal, el encargado del limbo y el Arcángel; y de un codazo se los mostró a Coto.
—Lo siento, no puedo… lo prometiste y me fallaste —murmuró Rodrigo y ambos guardianes brumosos gritaron al unísono.
—¡¡¿QUÉ?!!
Coto se le fue encima a Rodrigo con toda la intención de ahorcarlo pero el Ángel del Amor lo agarró del pescuezo para frenarlo.
Fran manoteó y de la impresión cayó a los pies de Rodrigo; pero el Arcángel lo levantó de una oreja sin permitirle chillar de dolor mientras con la otra sujetaba a Coto del pelo.
—¿Qué revoltijo armaron el par de tarados? —bufó el Arcángel y abrió las alas como si fuera un cóndor a punto de surcar un ventarrón.
—Ehhhh… —Coto abrió la boca y la cerró—. Upsss…
—Nosotros… nosotros… nosotros… perdón pero ¿usted quién es? —Fran puso carita de niño bueno.
El Arcángel los soltó, se alisó las mangas de su chaqueta Dolce & Gabana y los miró a todos bien feo. —Tienen una hora para arreglar este entuerto. No pueden obligar a nadie a estar con nadie si no hay amor y respeto.
—Pero se aman —murmuró bien bajito Fran y los tres Ángeles lo acribillaron con la mirada.
—Si no hay respeto no es amor verdadero —sentenció el Arcángel con altiva sabiduría y miró al Ángel del Amor con tal pasión que todos se sintieron incómodos.
El aludido miró hacia otro lado con gesto ofendido y de una zancada se acercó a Coto.
—No sirves para promover el amor porque no sientes amor —le soltó en la cara.
Fran abrió los ojos y agarró al Ángel de un ala, tirándolo hacia atrás. —Mire su emplumada majestad, puede que usted sea el Ángel del Amor y todo eso, pero no le hace mucho honor al cargo. Es pesado, orgulloso, arrogante, exigente y una mierda como jefe. No nos dijo como ayudar al par de babosos y más encima amenazó a Coto con mandarme al limbo, y para peor ahora viene a sentenciar a mi amorcito con eso de que no sabe amar… —Lo apuntó con el dedo índice ante la mirada atónita del resto—. ¿Acaso usted, su magnificencia, ha amado alguna vez? —parpadeó rapidito y retrocedió acoquinado cuando vio la cara que le puso.
—Eso, ¿Haz amado alguna vez, Joel? —dijo el Arcángel y se quedó de brazos en jarra mirándolo bien serio.
—No empieces, Uriel… —Se puso rojo tomate y bajó la mirada.
Coto que de tarado ni estúpido andaba ese día, saltó al ruedo con una sonrisa pícara y le soltó: —Así que ustedes también tienen sus cuitas de amor.
Fran lo ayudó en su personal estilo. —Ya pues, don Ángel, díganos como ayudamos a estos dos, o será que no tiene idea.
Ahí fue que el Arcángel se puso del lado de los brumosos y muy cruzado de brazos interrogó con la mirada al Ángel del Amor.
Como los silencios se interpretan de igual modo, en cualquier lado, el interrogado tuvo que admitir que se le había pasado la mano con Fran y Coto. Se sentó en el suelo, se arremangó las mangas de su chaqueta de cuero y se acarició las plumas de un ala. —Ya, está bien, reconozco que les exigí mucho a estos dos. Pero no metas lo nuestro en esto, Uriel.
—¿Lo nuestro…? —se le salió al resto y el Arcángel de un vistazo hizo que los dos invitados de piedra se esfumaran.

Abajo, daban las siete de la mañana y José Manuel estaba sentado en el taburete de su cocina llorando como infante sin dulce. Mientras en su departamento metido en la tina llena de espuma, Rodrigo lloraba a sollozos con una foto del ingeniero entre sus manos y con la piel de todo el cuerpo arrugada como acordeón vieja.
El Arcángel miró feo al Ángel del Amor, se sacudió el jeans y llamó con un gesto a Coto y a Rodrigo y de un ala levantó a Joel.
—Deja la pose de ofendido y haz lo que yo te digo, por una vez que sea —le tiró con sarcasmo y ahí mismo le plantificó un beso que sonrojó a los mirones brumosos. Cuando se separó de la boca del sorprendido Ángel del Amor, se saboreó y sonrió de medio lado—. Ya, ustedes dos vayan con Rodrigo y llénenle la cabeza con recuerdos de José Manuel. Tú y yo vamos por el ingeniero y a rastras lo vamos a llevar con el historiador.
Como el Arcángel sabía lo que hacía, a los diez minutos, José Manuel estaba echando abajo el departamento del rubio dándole un concierto de timbre ansioso para dedo inquieto que hizo a Rodrigo abrir la puerta con una toalla en las caderas y lleno de espuma.
El ingeniero no se detuvo, lo abrazó y se lo llevó a la cama en un dos por tres. Rogándole que lo entendiera y que sí, que aceptaba que la había embarrado, pero que lo amaba y que de seguro iba a cagarla varias veces más a lo largo de su vida juntos, pero que confiaba en que el amor que le tenía era lo suficientemente firme como para perdonarlo y que de antemano le iba pidiendo perdón por los desmadres que se mandara.
El rubio pataleó, forcejeó y cuando vio que no sacaba nada con resistirse porque lo llevaban derechito a la cama, se puso firme y lo paró en seco. Le dijo que no, que la cortara con firmar cheques sin fondos usando de aval al amor que le tenía. Que si realmente lo amaba nunca jamás lo iba a hacer sufrir y que ya le había perdonado tres y con eso se le había acabado el crédito y le iba a protestar todos los cheques.
El ingeniero se quedó quieto y lo soltó, hizo un puchero y asintió calladito.
El rubio siguió su perorata: —¡¡Amor es algo que no conoces porque a la primera vienes y me largas eso de haber sido puto!! —jadeó aguantándose las lágrimas—. ¡Ya me tienes harto! —moqueó y le mostró la puerta—. Así que agarra tu declaración de amor y ándate por donde viniste.
José Manuel se crispó y lo paró en seco. —Espérate un poquito, es cierto que harto puto fuiste… —Se le acercó mucho y Rodrigo retrocedió sin querer—. No vengas a vestirse de santo o mártir. —Se enderezó a duras penas, no le gustaba pelear con su rubio—. Si te duele tanto, por algo será —agregó y con la cara de espanto que le puso Rodrigo se dio cuenta que la había embarrado una vez más.
Como no se le ocurría que decir, negó suavecito pero el historiador estaba como araña de enojado, fue a la puerta la abrió y lo echó con viento fresco.
El ingeniero aceptó, pasó a su lado rumbo a la puerta y cuando iba a salir le murmuró: —Te deseo lo mejor del mundo en tu vida, —gimió—, ojala conozcas a alguien que te ame tal como eres. —Lo miró fijo un segundo bien largo y llorado—. Porque eres maravilloso, puto y todo, eres perfecto, —Levantó su mano para tocarlo pero se arrepintió—. Sólo te doy un consejo, no le cuentes nada de tu pasado a nadie porque saberlo duele mucho y es imposible olvidarlo.

Al Arcángel se le cayó la mandíbula cuando los dos enamorados se despidieron con un apretón de manos y se fueron cada uno por su lado.
Coto y Fran no lo podían creer y el Ángel del Amor lo único que hizo fue despedirse y desaparecer.

Eran las diez de la mañana y en un parque cualquiera, el Arcángel Uriel seguía sentado preguntándose qué había salido mal.
Coto y Fran al principio lo acompañaban con cara de circunstancia, pero al rato, el ingeniero se aburrió y decidió arreglar las cosas a su muy individual modo.
—Ya, don Arcángel, córtela con lamentarse y cuéntenos qué pasó con Joel y usted.
Uriel sin mirarlos empezó su relato doloroso. —Hace como diez años, la noche de San Valentín, se me ocurrió declararme a Joel, el Ángel del Amor —sonrió como tonto—. En un arrebato de pasión llegamos bien lejos; pero al otro día del catorce, Joel se levantó y me aclaró que sólo éramos amigos y que no me hiciera ilusiones. —Se limpió la nariz con un pañuelo desechable y suspiró profundo
A los brumosos les costó entender eso y se quedaron en silencio. Uriel levantó la mirada y siguió hablando: —Joel siempre ha sido así de frío, por eso lo nombraron Ángel del Amor, para que cambie.
Fran no la pensó mucho y le lanzó la pregunta. —¿Y, mejoró en algo?
La mirada que le dieron Coto y Uriel le dejó en claro que no, que seguía igual de gélido.
A las tres de la tarde del peor día del amor del que tuvieran memoria, Uriel, Coto y Fran seguían en el parque hablando de Joel y su falta de amor.

Rodrigo estaba hospitalizado, pronto a entrar a pabellón para una cirugía mayor y José Manuel parecía pepinillo en vinagre de lo borracho que estaba y de Joel no se sabía nada de nada.
A las tres y treinta minutos apareció el Ángel de los Sueños; un rubio desabrido con cara de jilguero y lentes bifocales. —A ver si me lo agradece, señor Arcángel… —Hizo una reverencia muy exagerada—. A Rodrigo lo operan luego y su colega, el Arcángel de la Muerte anda rondando el hospital con gesto hambriento. —Sonrió como bruto.
Uriel lo miró, hizo una mueca, le agradeció y a las tres y treinta y cinco minutos, él, Coto y Fran aparecieron en el departamento de José Manuel.
—Oiga, don Arcángel, no deje que le hagan a ellos lo que nos hicieron a nosotros. Mire que nos tuvieron diez años sufriendo y nadie merece eso. Haga algo por las plumitas de sus alas, por favor —le rogó Fran mientras el Arcángel se paseaba por el departamento analizando la situación.
Se sacó su chaqueta Dolce & Gabana, la dobló con cuidado y agregó: —Se acabó la joda. Estos dos no pueden estar así de mal. Se aman y si Joel no tiene el corazón para juntarlos, pues yo sí. A la mierda con la jurisdicción, esto lo vamos a arreglar nosotros tres. —Y agarró a cada brumoso de una mano.
En un clic estaban parados frente a José Manuel que de borracho pensó que se trataba del “delirium tremens” y ni espantado estuvo, y es que como él jamás había bebido ni idea tenía de lo que pasaba.
El Arcángel lo agarró de un brazo y lo zarandeó, Coto abrió la ducha y mientras Fran buscaba ropa limpia en el armario, al pobre ingeniero lo metieron bajo el chorro de agua fría para que reaccionara.
Recién allí Coto se dio cuenta que ahora tenía cuerpo consistente y dejó al Arcángel con José Manuel y se fue corriendo a besuquear a Fran. —Es que quería recordar viejos tiempos. —Fue su infantil disculpa y volvió al lado del jefazo.
José Manuel echaba las tripas al retrete mientras Uriel lo aconsejaba sobre como era amar y olvidar.
Cuando el ingeniero empezó a llorar y a balbucear llamando a Rodrigo, el Arcángel se lo pasó a Coto y a Fran, y desapareció. Fue a aparecer en el hospital, al lado de la camilla donde tenían a Rodrigo esperando ingresarlo al pabellón para rearmarle el trasero, o una parte de él, para ser más exactos.
Lo tomó amablemente en brazos y susurró en su oído: —Estás sano, no hay dolor, no hay heridas. Estás como nuevo. —Le hizo un guiño al Arcángel de la Muerte que le mostró el dedo del medio, y se desvaneció con el rubio en brazos.

Coto y Fran habían logrado poner decente al ingeniero, les había costado bastante pero a punta de ser tercos lo tenían vestido, peinado y lo tenían medianamente sobrio.
Cuando el pobre José Manuel les preguntó quiénes era y cómo habían entrado, le contestaron con cara de cínicos, que eran los ayudantes de Cupido y que andaban haciendo su buena obra del día de los enamorados.
Lo mismo le dijo Uriel a Rodrigo y lo convenció de darle otra oportunidad a José Manuel. La última, pero que al menos se la diera.
A las siete de la tarde los juntaron en el departamento de Rodrigo, con cena romántica, velas y champaña, sin olvidar los alimentos afrodisíacos y el vino costoso.
José Manuel llegó con aspecto de cordero degollado y en su mejor lenguaje de borracho con resaca, le pidió disculpas a Rodrigo.
—Rodrigo, escúchame porque esto no pensé decírtelo nunca… pero es que me da mucha rabia no poder poseerte. —Se tambaleó—. Me comen los celos por todos los hombres que disfrutaron de tu cuerpo sin amarte de verdad, —Hizo una pausa para que la lengua se le destrabara—. Yo si te amo con locura y no puedo hacerte mío… y eso me las revienta.
El historiador se cruzó de brazos y se afincó con las piernas separadas. —Yo entiendo eso, pero te pido que la cortes con machacarme siempre lo mismo. —Elevó las cejas—. Eso ya está hecho y si de mi dependiera cambiaría mi pasado para entregarme puro a tu amor, pero como no se puede… ¡¡Te las aguantas o no, pero deja de refregármela en la cara cada dos por tres!! —terminó de gritarle empelotado.
José Manuel puso su mejor cara de sobrio. —Es que… es que eso es lo que quiero hacer, pero sigo sintiendo que no es justo.
—Al menos en eso estamos de acuerdo, no es justo y ya.
Ahí mismo fue que Uriel decidió intervenir. —A ver, señores… —Levantó las manos en son de paz—. Les voy a contar un secreto, ustedes dos salieron premiados en el sorteo anual del día de San Valentín y se ganaron un deseo. —Sonrió con cara de tiburón travieso—. Ahora Rodrigo está sanito de la parte trasera así que pueden hacer y deshacer… pero con mesura y amor —les aclaró ante la cara de lujuria que pusieron.

Y eso fue todo, los enamorados hicieron las paces sin preguntarse sobre quién era el tipo de caireles rubios y alas que los había visitado en el día de San Valentín, y como después se fueron derechito a la cama a darse todo el amor que tenían, se les olvidó toda la pelotera que habían armado. De eso se encargó Uriel borrándoles de la memoria, las partes complicadas de su relación.

—Ya pues, don Arcángel, que tenga un lindo día del Amor —ronroneó Coto.
Fran añadió: —Felicidades, don Uriel, que la pase regio.
El Arcángel los miró feo. —No sean cínicos, los tres sabemos que sin Joel nunca tendré la felicidad que tanto anhelo. —Se levantó pesadamente—. Pero es como mula de porfiado y no va a dar su brazo a torcer para reconocer que me ama.
En vista y considerando que el horno no estaba para bollos, Coto y Fran se despidieron con una enarcada de hombros y desaparecieron.
Abajo, al mismo tiempo, José Manuel se perdía en las entrañas de Rodrigo, reinaugurándolo, y jurándole que lo amaría por siempre.
El Arcángel Uriel se fue a llorar a un volcán nevado por el amor del Ángel más terco de todos.

Coto le dio una mirada a Fran y el ex–fantasmita asintió, sonrió de esa manera que derretía glaciares y juntos se pusieron a invocar al obstinado de Joel.
El Ángel apareció con cara de vinagre y antes de que los regañara, lo agarraron de ambas alas y llamaron a Uriel, de la única forma que sabían, a grito pelado.
De inmediato apareció el Arcángel con su cara de enamorado abandonado. No había duda de que estaba baboso por Joel.
—Ya, don Ángel Joel, deje de ser tan hijo de su madre y dígale a este pobre alado por qué no lo quiere. —Coto nunca iba a cambiar pensó Fran.
—¿Cóm-cómo me llamaste? —Al Ángel se le bajaron los humos de inmediato.
—Hijo de su madre… —aclaró Coto—. Mire, tiene a un Arcángel enamorado y se da el gusto de despreciarlo. ¿Qué acaso se cree muy lindo?
—No es asunto de ustedes lo que yo creo o… —El Ángel se quedó callado cuando vio que Uriel se ponía a llorar.
—No ve, lo está haciendo llorar y eso es el colmo. Ya cuente, qué le hizo este pobre emplumado. —Fran puso su mejor cara de comadre y se le acercó en son de copucha.
Joel suspiró y se acercó a Uriel, le enjugó las lágrimas y le dio un besito en cada mejilla. —Este pelotudo dijo el nombre de otro cuando estábamos en la mejor parte.
El Arcángel se puso pálido, Coto abrió los ojos y los achicó, y Fran se puso a parpadear rápido.
—¿Yo…Yo…A quién… qué dije? —balbuceó como idiota el Arcángel.
Joel se cruzó de brazos como maraca ofendida y añadió: —Gritaste ¡¡JELIEL!! como cuatro veces.
El Arcángel se largó a reír a mandíbula batiente. Sus carcajadas eran tan fuertes que lo hicieron caer al piso. Los otros tres lo miraban boquiabiertos y cuando por fin se calmó, sin miramientos lo pararon de las alas.
Uriel miró al Ángel y suspiró profundo. —Tú sí que eres baboso. Yo dije, o más bien grité: Jeliel que quiere decir: Dios me socorre… adivina por qué.
Fran se puso rojo y balbuceó un: —Chuuuucha…
Coto lo agarró de un brazo y se lo llevó a la otra esquina del mundo a celebrar el día del amor.
El Ángel negó despacito. —No bromees, ¿eso significa…?
—Sí, era tan intenso que… —Hizo un guiño infantil—. Bueno, ya sabes a lo que me refería.
—Lo siento, Uriel. —Lo abrazó con ganas—. Yo pensé que habías dicho el nombre de otro Ángel y me moría de celos.
—Te amo, aunque seas bien tarado. —Lo rodeó por la cintura—. Ya, dime que me amas.
—Te amo y te lo voy a demostrar… —Joel se agachó y le hizo desaparecer el pantalón en un chasquido. Luego agarró lo que encontró allí y se lo metió todo a la boca, sin pedir ni permiso.
El Arcángel ahogó un grito cuando la boca de su enamorado le hizo los honores, apretando, acariciando, lamiendo y succionando a su orgulloso pene, que casi brincaba de felicidad por el homenaje.
Poco después y mientras José Manuel penetraba a Rodrigo por segunda vez, y Fran entraba en Coto por quincuagésima novena vez; Joel se tragaba la angelical simiente de su novio sin soltarle las nalgas en un masaje procaz y para nada divino, justo cuando el Arcángel gritaba: —¡¡JELIEL!!